jueves, 27 de febrero de 2014

Mochilera principiante: El Bolsón (2º parte)



Por Inka von Linden

     Durante el segundo día de nuestra estadía en El Bolsón, llegaron tres integrantes nuevos y se armó una singular banda viajera: mi prima Magui y su novio Cifo, ambos de Berisso, que andaban con una mansión-carpa para seis (la única que habían conseguido prestada); Jele, una amiga alemana, que con su metro ochenta y ocho llamaba la atención en donde estuviera; el señor Atlántico, que estuvo dos meses trabajando en la Antártida y es todo un aventurero; la señorita Scout, una mochilera experta, que durante su infancia integró las patrullas de los Boy Scout; y yo, una mochilera principiante. Es decir, que más que un grupo de viaje, era un paquete de galletitas surtidas que se formó sin que lo hayamos planeado, ya que entre ellos no se conocían.

Nuestra primera parada no fue al azar, El Bolsón es un punto estratégico donde los mochileros debemos pasar al menos una semana. Ubicada al Sudoeste de la provincia de Río Negro, justo en el límite con la provincia de Chubut, la ciudad es la puerta de entrada a la Comarca Andina integrada por Lago Puelo, El Manso, El Maitén, Cholila, El Hoyo y Epuyén. A su vez, para los más aventureros, hay varios refugios para subir, como el del Cajón del Azul, el más recomendado.

Para nosotros, el camping era como el hogar al que se vuelve hambriento y sucio después de una excursión. Allí sentíamos que nos contagiábamos de la alegría y amabilidad de los vecinos. Durante el día, cada grupo viajero recorría diversos lugares y había poca interacción con los demás, pero al anochecer, después de la cena, llegaba el momento más mágico del campamento: el fogón comunal. En el “diccionario mochilero”, éste se define como el momento que se comparte con un grupo de personas sentadas en círculo alrededor del fuego, iluminadas únicamente por la luz de las llamas y acompañadas por la melodía de guitarras y voces. El dueño del fogón es aquel que mejor sabe manejar estas artes.




En una de nuestras noches allí, el camping Costa Bolsón festejó su cumpleaños con el espíritu hospitalario que lo caracteriza. Se asó un capón que compartieron entre todos los acampantes e invitaron a tres bandas musicales. Al final, improvisamos una fogata a orillas del río con los pocos que quedábamos del gran festejo y sentados alrededor de las llamas, fuimos parte del episodio más gracioso del viaje: “¿Qué papel?”

“…Baby you can drive my caaar . Yes I'm gonna be a staar…And maybe I'll love youuuuuu…”- cantaba un canadiense con voz aterciopelada, contagiándonos con el dulce espíritu de los Beatles. Agarrado a su guitarra, Alexis le daba ritmo a la fogata con melodías alegres en inglés y francés. Algunos cantábamos tratando de seguirlo, otros permanecían en silencio y unos pocos interrumpían esa armonía.

- ¡Uh no tengo más papel! ¿Tú tienes parra prrestarme? -exclamó Alex, otro canadiense, señalando a un muchacho que se encontraba al otro lado de la ronda.

-No tengo más- le contestó. ¿Alguno de ustedes dos tiene?- preguntó a los chicos que se encontraban sentados a su lado. Estos negaron con la cabeza.
Nadie tenía. Y el canadiense dejó de insistir. A los pocos minutos, las voces de la guitarreada se apoderaron nuevamente de la noche. Una morocha le pidió la guitarra al canadiense y tomó la posta con un tema de Molotov (contrastes comunes en un fogón comunal). Rompió con el idilio y comenzó a cantar con fuerza y voz grave:

“…La gente de arriba te detesta y hay más gente que quiere que
caigan sus cabezas.
Si le das más poder al poder, más duro te van a venir a joder,
porque fuimos potencia mundial y somos pobres nos manejan mal.

Dame, dame, dame todo el power para que te demos en la madre,
give me, give me todo el poder so I can come around to joder…”


En ese momento, una de las chicas se levantó y desapareció. Al volver, cruzó por la mitad de la ronda con un rollo de papel higiénico en la mano. Se acercó al canadiense y se lo ofreció.

-¿Y esto?- preguntó sorprendido, mirando al rollo como si se tratase de un objeto de otro universo.

- ¿No necesitabas papel?- respondió la muchacha confundida.

- ¡Perrro no ese papel! – estalló en risas.

Esta vez, la guitarreada se detuvo: la ronda pasó de cantar a reírse sin poder parar. Lo que vale es la intención ¿no?

Consejo MP (mochilera principiante): si usás calentador, procurá ponerlo en lo que quieras calentar y después enchufalo. ¡Y no lo sostengas por nada del mundo con las manos, porque vas a terminar en la salita por quemaduras de tercer grado!




Siguiente parada de la banda viajera: Epuyen. ¡No te lo pierdas!

lunes, 24 de febrero de 2014

Arte sobre piel



Por Bárbara Dibene
Imágenes y edición: Álvaro Vildoza

Maris y Fernando hacen arte sobre piel, así se describen y así viven su oficio desde hace varios años. Aunque hicieron caminos diferentes, ella en Argentina con diseño de maquillaje y peinado, y él en Uruguay con un recorrido por las artes plásticas, ambos terminaron dedicándose al body painting. El trabajo y los viajes fueron los grandes motivos de su unión profesional y de amistad, que recientemente los llevó a realizar un encuentro conjunto en "La carpintería Cultural".



Drexler acompañó la jornada de más de seis horas durante las cuales Maris Bustamante y Fernando Machado trabajaron sobre sus modelos. Como grandes profesionales, Horacio y Abraham mantuvieron la paciencia y la postura, perfectamente sentados en taburetes y bajo los focos de luz de la carpintería. A su alrededor, una veintena de espectadores juntaron sillas y compartieron el único mate del lugar. Algunos lo acompañaron con porciones de la torta que se ofrecía en la barra, otros, menos ansiosos, esperaron que la primera ronda de pizza estuviera lista.

El bullicio no desconcentró ni un momento a la pareja de artistas, que trabajaron basándose en diseños bocetados y especialmente creados para la ocasión. "Por lo general esta es la manera más rápida y cómoda de maquillar, sobre todo cuando tengo poquitas horas. Aunque a veces sí se improvisa, o al menos algunas partes... como en este caso vamos a hacer con la espalda", nos comentó Maribus mientras terminaba de retocar el pecho de su modelo. Fernando coincidió en esta facilidad en el trabajo y agregó: "En mi caso traté de hacer algo acorde con el espectáculo brasilero que nos continúa y la propuesta fue crear un aborigen y representar algunos elementos. Algo de la fauna y del maquillaje tribal de la amazonia brasilera, aggiornado al maquillaje artístico".

A pocos pasos de ellos, colgaban unas cintas donde la gente podía poner su opinión. Uno por uno, con letras poco acostumbradas a la mano o perfectamente caligrafiadas, los visitantes hablaron de su amiga Maris, el descubrimiento de Fernando y el ambiente cálido de la carpintería. Uno de sus dueños y compañero de comparsa de Maris, Germán, nos contó que ella fue la que se acercó con la propuesta para dar a conocer más el arte del body painting en La Plata, además de darle el espacio a su compañero uruguayo.

Con el éxito de los comentarios, los diseños casi terminados y la gente sumándose hasta en las mesas del patio, el espectáculo de Franco Acuña, "Franquinho do samba" fue el perfecto cierre de un encuentro de este y del otro lado del charco.

Desde Transeúntes los invitamos a conocer los trabajos de estos grandes artistas!


http://www.maribuscarballo.com.ar/
ImaginArt




jueves, 20 de febrero de 2014

Diario de una mochilera principiante



Crónica y fotos

por Inka Von Linden


“¿Y si en vez de planear tanto voláramos un poco más alto?”, leí una vez de Mafalda. Entonces, este verano, decidí volar... Sin rumbo ni tiempo determinados, sabía que iba a recorrer el Sur argentino con amigos. Todo era cuestión del destino.

Ni el día de partida planificamos, ya que éste dependía de lo que tardaran mis compañeros de viaje, la Srta. Scout y el Sr. Atlántico, en llegar a dedo desde La Plata. Yo los esperaba en Bariloche, nuestra base de operaciones.

Primera parada: El Bolsón (1º parte)

Ni bien empezamos el viaje, en el colectivo que nos trasladó de Bariloche al Bolsón, fuimos parte del episodio “No jamón”.

-¡¡¡Make pi, make pi!!!- manifestó con desesperación un joven israelí mientras hacía raras señas con las manos. Sus gruesos anteojos cuadrados resaltaban aún más que la colorada cabellera, de por sí contrastante con su rostro.

-Chabón, aguantate, como me aguanto yo- contestó impaciente el chófer, que trataba de no distraerse entre las constantes curvas y contra curvas del camino.

El viajero, sentado en primera fila, insistía de manera enérgica que quería que paren el colectivo para bajar a orinar. Un dato importante para el caso es que el viaje era apenas de dos horas.

-Make pi- insistió-, ¿cuánto?- preguntó apuntando su vistoso reloj dorado.

Después de que el chófer intentara explicarle un par de veces, me vi forzada a usar mi span-inglish: “Je sey that iu weit 20 minits tu El Bolsón”. Milagrosamente me entendió y comenzó a mirar con cariño la botella vacía que llevaba enganchada en mi mochila.

-Make pi- me dijo señalándome la botella. Finalmente no tuve otra opción que cederle la botella destinada para cargar agua en el campamento. El joven se levantó del asiento, se paró en la escalera de entrada del colectivo y comenzó a señalarle la botella al chófer: ¿make pi?Este se limitó a ignorar su interrogación y a seguir manejando. Entonces el colorado optó por darnos la espalda a los pasajeros y al chofer, e intentar orinar en mi botella.

¡Pero no pudo! Terminó haciéndolo en un frasco de shampoo que le alcanzó otro de los pasajeros. Cuando al fin llegamos al Bolsón, salió corriendo hacia un arbustito.

“Es para matarte, ¡le diste nuestra única botella!”, dijo Sr. Atlántico, indignado.


En fin, con una pertenencia de campamento menos, habíamos llegado a El Bolsón entusiasmados. Y la ciudad nos dio la bienvenida con un abrazo de montaña. Esa es la sensación que trasmite, debido a que está contorneada por una pintoresca cadena de cerros. Se encuentra enclavada en un profundo valle de la Cordillera de los Andes, en la frontera con Chile, y por eso goza de un beneficioso microclima. Rápidamente nos dimos cuenta de que nos esperaba un día de muchísimo calor, tanto que parecía que estábamos en Salta.

En el aire se respiraba libertad. La ciudad del Bolsón estaba ocupada por mochi-gasoleros, todos moviéndose a pie, a dedo o en colectivo, pero jamás en transporte propio. Por eso viajaban lo más livianos posible, con lo justo y necesario: carpa, bolsa de dormir, aislante (con suerte), un pequeño anafe, arroz y fideos (infaltables) y las prendas de vestir necesarias (una de cada una). En este caso, menos es más: más sencillez, más frescura, más soltura.


Se trataba, en su mayoría, de estudiantes de entre 20 y 30 años, de cabellos revueltos, ropas polvorientas de colores contrastantes como verde y naranja, mejillas tostadas y grandes sonrisas soñadoras. La parada de colectivo, la plaza, el supermercado, todo rincón se encontraba invadido por ellos. Algo que ejemplifica el lugar que ocupaban estos “hippones” era que en el supermercado, en vez de los pequeños casilleritos para guardar bolsos y carteras, tenía casilleros XXL para las mochilas.

Doce campings a orillas del Rio Quemquetreu que atraviesa la ciudad, generan una gran dinámica mochilera, porque todo se encuentra a un paso. Intuitivamente elegimos acampar en lo que considero la mejor elección: el “Costa Bolsón”. Por 35 pesos teníamos luz, agua caliente, baños, una cocina comunitaria, fogones y acceso al río. ¡Como en casa!

El camping estaba repleto de juventud, las carpas estaban por poco pegadas, y el ambiente era de lo más amigable y musical. Casi a todas horas se podía escuchar alguna guitarra de fondo y por las noches la fogata comunal era infaltable. Cada uno se acercaba espontáneamente con la bebida que tenía para convidar, a escuchar o cantar junto a las guitarras.


Continuará.