lunes, 21 de octubre de 2013

FIFBA 2013, una fiesta legendaria

Por Bárbara Dibene
Fotos y edición: Álvaro Vildoza



—Bienvenidos al festival, ¿les dejo el programa? —dijo una rubia acercándose a un grupo que acababa de llegar. Su nombre, Nadia, estaba indicado en el cartel amarillo que tenía prendido en la remera.

— ¡Bueno, gracias! venimos a la clase de zapateo, ¿dónde sería eso? —El primero de la fila miró desorientado la cantidad de gente que iba y venía y se acomodó la guitarra en la espalda. La rubia señaló hacia una cancha de tierra, despidió a todos con una sonrisa e interceptó a otros recién llegados con el mismo saludo.

Durante el segundo fin de semana de octubre, miles de personas se acercaron hasta el Paseo del Bosque para participar del Festival Internacional de Folklore Buenos Aires, un evento que reúne por quinta edición a artistas locales e internacionales de lo clásico y lo nuevo del género.

Los escenarios fueron montados al aire libre y cada uno respondió a las características de los shows que allí se realizaron. Uno de los más concurridos fue el Siestario, donde los adultos se adormilaban en los asientos acolchonados y en las hamacas paraguayas que colgaban de los árboles, mientras los más chicos las usaban para balancearse hasta quedar envueltos como en un capullo.

—Lucía, cuidado, te vas a caer… —balbuceaba un joven padre mientras se levantaba con esfuerzo y veía a su hija jugando cabeza abajo —.Vamos con mami que esto ya empieza, ¿dale? —El hombre la alzó desde los pies y la apoyó suavemente en el pasto. La nena se rió y salió corriendo hasta donde estaba su mamá cebando mate.

Fue entonces cuando cuatro músicos con delantal blanco se subieron al escenario cargando dos guitarras y un acordeón. Varios gritaron “los cocineros”  y los saludaron con confianza. Los chicos saltaron de las hamacas y se sentaron delante de todo formando un cordón; fueron ellos los más sorprendidos cuando al show se sumaron tres personajes con cabezas de zorro, gallina y conejo que los hacían levantarse para ponerse a bailar.

―Ma, mirá, son famosos, acá están―dijo una nena toda vestida de rosa que señalaba la foto del programa.

Una tarde de carnaval

A unos pasos del Siestario, un grupo de chicos esperaban ansiosos que Coco, uno de los organizadores del taller de “workshop humatoy”, terminara de repartir una caja para cada uno.

― ¡Yo quiero una ballena, por favor, por favor! ¿Se puede? ―Un nene muy pecoso y abrigado fue el primero en contestar qué era lo que quería hacer. Los demás lo siguieron y entre el griterío se escuchaba “un monstruo, un pajarito, un perro, un cocodrilo”.

Las mesas estaban llenas de cartulinas de colores, marcadores, tijeras y pegamentos. En cada una, los ayudantes seguían las directivas de los chicos y cortaban en las cajas los espacios para los ojos y la boca. De a poco, las máscaras fueron tomando forma y los que terminaban se acercaban emocionados a su familia.

Una nena “león” con sus ojos grandes y dientes afilados daba vueltas alrededor del coche de su hermano, rugiendo sin que éste se inmutara. La madre la hizo hacer varias poses, le sacó muchas fotos y la llevó hasta donde estaba Sebas, otro de los organizadores, un hombre barbudo y muy sonriente que daba indicaciones:

—Bueno, chicos, ahora vamos a ir a dar a una vuelta para que todos muestren lo que estuvieron haciendo, ¿les parece? —Los chicos corearon que sí y comenzaron a saltar. —Necesito un par de padres que nos acompañen y lleven estos carteles, ¿están listos? —Varias personas se ofrecieron y comenzaron a caminar en dos filas.

Los chicos se ajustaron las máscaras para ver un poco mejor y avanzaron con los más grandes: algunos solos, otros de la mano y una sola a upa, llorando enojada porque ella en realidad quería ser mariposa y no tortuga. Los grandes sacaban más fotos, filmaban, se reían y mantenían el paso tranquilo del desfile. Cuando pasaban la gente los saludaba y felicitaba, y otros chicos empezaban con las preguntas.

— ¿Por qué esos chicos tienen disfraz?, yo también quiero —protestaba un nene colgándose de la pollera de su mamá, que se movía al ritmo de la cumbia digital de Sonido Guay Neñë.

La pantalla del escenario Alternativo dejó de mostrar al percusionista y el camarógrafo del FIFBA enfocó al grupo de chicos y padres que cruzaban saludando y agitando los carteles por entre medio del público. Todos estaban parados y bailaban con sus camisas holgadas y de colores, pañuelos en las cabezas, muchos en alpargatas y otros descalzos.

Coco y Sebas fueron los encargados de producir la foto final. Acomodaron al grupo como un gran equipo de rugby y todos sonrieron a la docena de cámaras que disparaba una y otra vez. Los chicos más que felices se separaron saludándose con la mano y se fueron a disfrutar del resto del festival y más de uno, de la merecida merienda.

Recorrido gourmet

Frente a los diferentes escenarios la gente se protegía del pasto con programas de mano, toallas y sábanas para poder recostarse y descansar. Muchos se terminaban durmiendo mientras los demás continuaban la ronda del mate y comían cosas dulces. Los más preparados, aquellos que contaban con mochilas enormes a punto de explotar, sacaban desde tapers con bizcochuelos cortados en porciones generosas hasta varios paquetes de galletitas. Otros, los que sólo habían pasado a ver y les terminó gustando, aprovecharon la amplia oferta gastronómica del lugar.

Varias chicas se paseaban por el Bosque con sus canastas llenas de tortas, budines o panes rellenos y se acercaban a las rondas donde ya no veían nada para comer.

—Hola, ¿les puede ofrecer algo? Me quedó un bizcochuelo riquísimo de limón y un par de galletitas de avena —sugirió una morocha con el pelo envuelto en un pañuelo violeta igual que su pollera. La chica recostada sobre su novio lo miró y se levantó asintiendo la cabeza.

—Dale, dame dos porciones del de limón, ¿cuánto sería? —La vendedora las puso sobre varias servilletas y les dio una tarjeta de su emprendimiento “Candela, cositas ricas y sanas”.

A pocos metros, uno de los senderos era todo un paseo de comidas donde los puestos se amontonaban y enviciaban el aire con olor a humo. Varios se dedicaban a darle vuelta a los chorizos que largaban un jugo aceitoso y otros a reacomodar las pastafrolas en los espacios vacíos de las bandejas. 

En el puesto de “Arepas Col” la gente hacía cola y miraba curiosa cómo se cocinaban sus pedidos.

―Pidamos dos para probar, una de queso y otra con jamón. Hay un montón comiendo eso, ¿vieron? ―le decía una chica a sus amigas y señalaba a una pareja que compartía una arepa.
Sus dueñas, Olga y Carolina, son dos colombianas que decidieron traer esa tradicional comida de su país y empezaron esta exitosa propuesta.

―Lo bueno es que las podés rellenar con lo que quieras. Están hechas de harina de maíz y son livianitas. Hacemos delivery si te interesa, podés buscarnos en facebook ―Olga entregó varias tarjetas y el pedido, dos arepas bien calientes.

Canciones viajeras

Cuando Carlos Aguirre subió al escenario Fogón los alrededores del lugar estaban llenos de gente sentada, acostada y con cámara en mano que gritaban “negro, negro”. El músico probó el piano y puso mala cara, el sonido era difuso y acoplado.

― ¿Esto se escucha así ahí abajo?―preguntó haciéndole señas al sonidista. Muchos gritaron que sí y comenzaron a hablar entre ellos en susurros.

―Ese piano no puede estar mal, vale como un auto. Seguro conectaron algo mal ―aventuró un chico con boina que gesticulaba posibles arreglos. El encargado y tres ayudantes toquetearon los cables con gesto grave mientras Aguirre esperaba casi en el final del escenario.

 A  los pocos minutos lo llamaron y el entrerriano pudo comenzar su recital con canciones inspiradas en el Litoral, aclarando con voz y gesto tranquilo:

―La visión que tengo de esa región incluye la cultura de Uruguay y en el sur de Brasil, para el arte no hay fronteras geográficas ni de ningún tipo.

Muchos acompañaron los temas con palmas y cantando bajito, otros se dedicaron a sacar fotos esquivando cabezas. Una chica recostada sobre otra cerró los ojos, adormeciéndose. Aguirre se tomó su tiempo y entre los temas habló de su infancia, la relación con otros músicos y la alegría que le daba el “acercamiento” de los compositores. Su despedida, tan cálida como todo el recital, fue un abrazo imaginario y palabras cariñosas:

―Les agradezco a todos, se siente una energía muy linda desde acá. Hasta pronto. Le dejo paso a dos amigos, Luna Monti y Juan Quintero, otros viajeros de nuestro país.

El aplauso y el intervalo dieron paso al dúo que presentó su último CD juntos, “Después de usted”, en el que interpretan temas de diferentes compositores. Él entró con su guitarra y ella, agitando su pollera marrón y sonriéndole dijo:

― ¿Con qué empezamos, amor?  ―Y sonó primero “El cumpita”.

La gente permaneció silenciosa, atenta, apenas moviendo un poco la cabeza. Los grupos que estaban pegados al escenario les alcanzaban de vez en cuando un mate y después lo acariciaban como si hubiera sido bendecido.

—Son muy lindos, se nota que se re quieren —susurró una chica cuando la pareja se despidió, tras una hora de show, fuertemente agarrados de la mano.

El presentador apareció a los pocos minutos y recordó que a las nueve tocaría Arbolito en el escenario Panorama para cerrar el festival. La gente comenzó a pararse y caminar a paso de procesión con sus termos vacíos y programas arrugados. Al FIFBA le quedaban apenas unas horas.

—Si te fijas ya están levantando todo por allá, se termina la fiesta —anunció una organizadora por handy —, pero nadie se la va a olvidar.





domingo, 13 de octubre de 2013

Adelanto transeúnte del FIFBA



En esta  5°edición del Festival Internacional Folklore Buenos Aires (FIFBA), Transeúntes tuvo la oportunidad de realizar una cobertura especial y entrevistar a Carlos Aguirre, uno de los grandes músicos del género. Con sencillez, el entrerriano habló de la gira que está realizando por el interior de su provincia y de la esperanza que le genera el descubrimiento de proyectos colectivos en los pueblos. El lanzamiento de su libro "Canciones " con la editorial Sirirí que fundó con Gabriela Redero y el éxito del sello discográfico Shagrada Medra lo convierten en un gran emprendedor. Por eso queremos ayudar a que su música y sus proyectos se difundan.

Muy pronto se vienen las crónicas de un fin de semana que nos dejó el espíritu alegre y con ganas de conocer más del arte que se genera en nuestro país, además de la entrevista completa y todas las fotos. Estén atentos y muchas gracias a los organizadores y toda la gente tan bien dispuesta que participó del Festival.

Staff  de Transeúntes


miércoles, 9 de octubre de 2013

Una casa en la mochila


Entre Buenos Aires y México DF hay 7.400 km, una distancia que en avión y sin escala se recorre en alrededor de diez horas, pero que cuatro amigos decidieron hacer “mochileando” durante casi nueve meses. El resultado de la experiencia es Plan B Viajero, un blog a modo de diario donde no se cuentan sueños, sino realidades.


Salar de Uyuni, Bolivia

Los promotores del gran viaje fueron Gaby y Camilo, una argentina y un mexicano radicado en el país que se conocieron el año pasado trabajando en una pizzería de Capital Federal. La idea fue de ella y aunque al principio era sólo un deseo, con el tiempo la propuesta se hizo firme y sumaron a dos personas al plan, Pedro y Maxi. Hoy, gracias al skype y la suerte de haberlos encontrado en las redes, nos cuentan los detalles de cómo planearon la travesía.

―Para empezar, investigamos bastante y vimos que lo más barato era tomarse un tren hasta Tucumán que salía 75 pesos, pero para tener un pasaje había que pasar varias noches en Retiro esperando su venta― recuerda Gaby mientras se ríe y acerca a la pantalla ―. También nos guiamos por comentarios de amigos y conocidos que habían ido al norte argentino, un destino que está “de moda”.

—Sí, pero al avanzar más, nuestra única referencia era la que nos daba la gente que íbamos conociendo. Muchos nos decían “vayan a este lugar, o mejor a aquel otro, no pueden no ver esto”. Tuvimos bastante suerte. —Camilo se rasca la cabeza y recuerda el caso de Purmamarca, una localidad de Jujuy donde el gran atractivo es el Cerro de los Siete Colores. —Al turista se le vende lo bonito, pero por ejemplo en ese lugar están desalojando a pueblos originarios. Nosotros decidimos ver eso también.

Para este grupo de viajeros los lugares tienen una cara maquillada y otra real, por eso se propusieron desde el inicio convivir con los locales y aprender su cultura de primera mano.

—Lo que más me sorprende es como todo se mantiene vivo, como hay tradiciones que llevan cientos de años pasando de generación en generación. Es impresionante. —Gaby estudió Historia del Arte en la Universidad Nacional de La Plata y su interés durante el trayecto fue “insertarse” en la lógica del lugar para aprender lo más posible.

Sin embargo las perspectivas son diversas y para Camilo, la gastronomía es otra de las maneras más fieles de "conocer". Muchas veces tuvieron que cocinarse ellos mismos, para abaratar costos, pero aún así recuerda los platos más llamativos.

—Hay cosas que hay que probar: el ceviche de Perú que es un plato abundante de arroz y mariscos; el corrientazo de Colombia que tiene arroz, plátanos fritos, frijoles, ensaladas y un pedazos de carne; y los patacones, bananas fritas con queso y salsas. Todo rico, barato y llenador.


San Jacinto, Colombia


Corrientazo Colombiano (foto: colombiadeuna.com)

En PlanB viajero pueden encontrarse crónicas de viajes y una especie de manual para el mochilero de hoy y de siempre. Los chicos se proponen dar consejos sobre cómo elegir la mochila y qué llevar en ella, cómo manejarse en determinadas ciudades y qué destinos son infaltables. En varias notas remarcan la pobreza de Latinoamérica, la desigualdad, pero también sus ganas de avanzar y generar algo nuevo y transformador.

Actualmente los chicos se encuentran en México y se proponen iniciar un proyecto de muralismo urbano en base a todo lo que han visto en su recorrido. Además, como buenos viajeros, piensan en su próximo destino y dudan entre dos alternativas: volver por tierra hasta Buenos Aires pasando por los países que les faltaron, o irse directamente a Europa y conocer lo que no se vende en el paquete turístico. Gaby saluda con la mano y antes de apagar el skype asegura:

—Nos queda mucho por recorrer pero siempre vamos a volver a Argentina. 


Ruinas de Palenque, México 



En facebook los pueden encontrar en Plan B, Viajero 

martes, 8 de octubre de 2013

Doble T



-Pasá pasá –dice Lucas Carattoli alejando a Raúl, su perro, mientras abre el garaje de lo que en apariencia es una casa común y corriente. Sin embargo es solo la puerta de entrada a otro mundo: atrás de ella se abre camino a un estudio donde se practica circo.

Carattoli se escribe con Doble T. Al igual que su personaje principal Alex Gretto. Su espacio, el  lugar donde ensaya, da shows y a hace las veces de escuela, se llama precisamente Doble T. Es un galpón grande donde se respira circo. Hay un escenario al fondo, donde además de los pinos para malabares, Lucas dejó una libreta para volcar ideas con una letra que no se entiende. 
Doble T, el espacio de Lucas Carattoli (Foto de FB)

En la entrada de Doble T hay una camioneta y cerca de ella están todos los juegos de luces, un monociclo de un metro y medio y cajones con el nombre de su personaje. Viene de dar un show. Se lleva todas sus cosas, pero no siempre fue así. Empezó con tres pelotitas de tenis rellenas con arroz y envueltas con cinta. Después se hizo unas antorchas para hacer malabares (era un caño de aluminio con amianto y un mango) y un amigo bicicletero se armó un monociclo que se lo prestaba. Hoy por hoy tiene su equipo a base de esfuerzo “Arranque sin un peso. Nunca tuve plata para invertir. Pero ganaba $100 e invertía $50 en material y 50 para vivir” dice Carottoli en su oficina, pegada a su estudio y a su propia casa.

Alex Gretto hace malabares pero también anda en zancos, en monociclos, hace equilibrio con maderas arriba de un tarro que se mueve para todos lados, juega con grandes burbujas y con esferas trasparentes. También incorpora la tecnología usando proyectores y pantallas que duplican e incluso triplican al personaje. Para él “la tecnología por sí sola no tiene vida, pero si uno la usa como una herramienta para generar ilusión, magia o lo que vos quieras, me parece que ahí es interesante”

Lo que más le gusta de subir a un escenario es que el público juegue con él. En sus espectáculos no hay una cuarta pared, sino que él busca un ida y vuelta con la gente: los mira, les habla a la cara, se les acerca, los toca, se les sienta encima, les propone cosas para que participen. Para él no hay un límite tan estricto entre el escenario y la gente. El escenario se completa con la gente. Eso es algo que planteó de sus inicios “Cuando empecé a hacer shows no me cerraba mucho ésta cuestión de admiración por la técnica. Eso me parecía medio vacío, era exigente, incomodo”,  sus espectáculos pasan por otro lado: “por lo que vive el personaje, por el disfrute del personaje y como lo comparte con el público. La experiencia. Es como que importa más la persona, el malabarista, que los malabares”.

En su oficina hay distintos afiches de Alex Gretto, su alterego, donde se lo ve a Lucas de rojo y negro, rozando el ridículo, entre lo formal y lo informal, algo que lo remonta al pasado “de chico siempre me acuerdo que en mi casa mi viejo nunca le dio mucha bola a la ropa, siempre fue muy zaparrastroso”. Así se lo ve ahora a él arriba del escenario con lentes grandes que eran de su abuela y que cree que tienen que ver un poco con su pasado “nerd”. El pelo todo despeinado. Los pantalones cortados. Tiene un traje pero también usa zapatillas: “Son cosas que se contraponen y eso es entretenido de ver. Son polos opuestos, esa lucha interna. Esas contradicciones” dice un Carattolli sin caracterizar, que sin lentes y sin el traje, sigue siendo bastante parecido a ese personaje “nunca fui de ir a la peluquería, son mis pelos viste” cuenta entre risas.

En su familia no hay artistas, pero la forma de trabajar de sus padres lo marcó. La madre es maestra y el padre era arquitecto, los dos siempre trabajaron de manera independiente. “Mi viejo tuvo un proyecto donde estaba bastante fuera de sistema por como trabajaba. Él se encargaba de casi todo. Yo a ese formato de trabajo lo mame” Algo de eso hay en su impronta de trabajo; de saber un poco de todo, de trabajar de trabajar de forma independiente, de no depender de nadie más que su público.

Sus inicios

Cuando era un niño, nunca tuvo de interés en hacer circo, sin embargo en el 97 se metió en Tocando Fondo, la legendaria murga platense que ya lleva más de 15 años en escena, donde empezó a “hacer show en la calle a bailar, algo que nunca había hecho. Empecé a perder la vergüenza a ciertas cosas”. 

Ese mismo año vio un espectáculo del Circo Du Soleil y le llamó la atención. Fue un referente, “fue algo que me gusto, más allá de que no es a lo que quería llegar quizá, lo veía como imposible, pero a nivel propuesta y estética, me pareció súper interesante y de alguna manera fue un referente para decir ‘de qué manera puedo hacer eso yo en mi realidad y en pequeña escala’” cuenta Lucas que ya lleva 13 años en el arte circense.

A los 18 fue a un encuentro de malabares y se encontró que quien lo coordinaba era Chacovachi un payaso que él había visto a los 8 años. “Un payaso particular, con un humor ácido, como que me gusto, con humor inteligente, muy trabajado. Me tocó, fue un payaso que aparte de hacerme reír me toco”

En ese momento Lucas estudiaba Geofísica, una carrera en la que le iba bien, le gustaba. Pero la murga fue ganando terreno; actuar, bailar, ensayar, salir, viajar, esa era la vida que tenían y que tanto lo seducía “cada vez me tiraba más la idea de dedicarme a hacer eso pero no había un destino; era hacer espectáculos en la calle a la gorra”, algo que no lo terminaba de convencer, le costaba tomar esa decisión porque “me decía ‘¿qué voy a hacer cuando tenga 40 años? Voy a estar trabajando en la calle a la gorra? No me va a dar más el cuerpo’. Eso me pesaba para tomar la decisión. En un momento deje de pensar en los 40 años y dije ‘quiero hacer esto hoy. Hoy hago esto y cuando tenga 40 veré’”. 

Después de la murga se presentó en un casting de Comedia de la Provincia donde encontró una posibilidad de trabajo más concreta. El historial laboral de Caratolli pasa por distintos espectáculos callejeros, hasta teatros municipales, provinciales y nacionales, giras, eventos sociales, e incluso boliches.

Lucas recorrió muchos pueblos y afirma que son los ámbitos que más le gustan porque la gente suele entrar en juego más rápido y porque “todo le sorprende, son como todas cosas nuevas para ellos, no están tan habituados a ver este tipo de espectáculos y cuando lo ven realmente se sorprenden. Los chicos se quedan fascinados”

Disfrutándolo

Ahora apuesta a otro camino, por fuera de lo que es el clown. Hace 5 años que hace danza contemporánea y con esa experiencia está preparando un nuevo espectáculo donde “no tenga la necesidad de hablar y pueda trabajar mucho con el cuerpo, con la iluminación, con la puesta en escena”. Este “es un corte, van a ver danza contemporánea no peluca, no hay lente, no se llama Alex Gretto el personaje” adelanta Lucas, quien muchas veces se encontró encasillado en el clown.

“La verdad es que fui mucho, muchísimo más lejos del horizonte que iba a estar”, dice Lucas mirando el camino recorrido. “Me siento muy pleno, muy feliz con lo que hice, con lo que estoy haciendo. Disfrutándolo. Obviamente uno siempre va por más”.